CAPÍTULO Vl
—¿Qué hay, pequeña?
—Ponte cómodo —replicó, con ternura.
Curk se repantigó en la butaca y estiró las piernas. Miróle todo con creciente satisfacción, exhaló un suspiro y observó:
—Es consolador tener un sitio así, un refugio. ¿Sabes, Evora? Todas las noches marcho con nostalgia. —Y riendo tibiamente, añadió—: Aunque estrecháramos los límites de nuestra intimidad, tú no pecarías.
—¡Curk!
—No, no te lo estoy proponiendo. Tal cosa destrozaría esta suave intimidad. Pero si te lo pidiera, ¿aceptarías?