CAPÍTULO ll
—¿Qué hay?
Y Ruth se tendió en el sofá cuan larga era, al tiempo de hacer la trivial pregunta.
—¿No ha venido tu aristócrata?
Evora alzóse de hombros sin responder. Se hallaba hundida en una butaca y tenía las piernas cruzadas una sobre otra, balanceaba un pie, y entre los labios tenía, un cigarrillo.
Ruth se incorporó sobre un codo y la contempló fijamente.
—¿Ha venido o no?
—No ha venido.
Ruth se sentó de golpe y quedó con las piernas encogidas y el busto tenso. Era una muchacha de unos veinticinco años, aunque aparentaba menos. Rubia, de ojos azules, reidores, alegres. Trabajaba en una oficina y vivía de pensión en el piso superior de Evora. Había hecho amistad con ésta casi a raíz de la llegada de Evora a Penzance. Había unos años de diferencia en la edad, pero eso no era obstáculo para que se apreciaran de veras. Ruth, siempre que podía, y podía a todas horas que tenía libres lejos de la oficina, bajaba al piso de Evora.