CAPÍTULO IV
Estaba insoportable, de mal humor. Hallándose junto a Mildred apenas si le hablaba, en casa todo le parecía mal. En las oficinas nada encontraba a su gusto. Su padre le espiaba. Curk no se percataba de ello.
Aquella tarde se hallaba solo en el salón-biblioteca. Tenía ante los ojos un libro que no leía, y en la boca un pitillo que se consumía solo. De pronto, se encontró pensando en Evora. ¡Evora! Hacía una semana que no la veía. Y con gran pesar se dio cuenta de que echaba de menos aquellas blancas tertulias donde la joven ponía toda su callada personalidad en escucharle, en atenderle, en sonreírle. La figura de Mildred hizo acto de presencia con el aire resuelto de la mujer que siempre puede pagar el precio más alto por todo lo que necesita. Y sus ojos duros, de pupilas diminutas haciendo la tonalidad azul dura, despiadada. No existía piedad ni humanidad en la persona de Mildred, pero él iba a casarse con ella.